Dentro de diez o quince minutos me marcho a mi ciudad natal para reunirme con mis familiares (suena algo suicida, pero os aseguro que una comida con mi abuela paterna es algo parecido)
No. Hoy no voy a escribir uno de mis post suicidas, aunque con ganas me quedo. Simplemente te deso, a ti lector que nunca firmas ninguna entrada, una feliz navidad. Que te aproveche y por el culo lo eches, -como dicen en mi casa.
Hoy quiero hablaros sobre mis dos abuelas que son algo especiales. Especiales y muy distintas la una de la otra.
Mi abuela por parte de padre tiene la capacidad de darle la vuelta a las cosas, en el peor y en el mejor de los sentidos.
-Abuela que edad tienes?
-Pues cada año uno más. Éste 48, hijo.
En cambio mi abuela materna ante una pregunta como esas preferiría hacerse la sorda. Como ocurre cada vez que le pido que vuelva por navidad, porque mi abuela detesta León y todo lo que le pueda alejar de la memoria de mi abuelo. Mi abuela materna, que es como mi madre pero en divertido, se parece a uno de esas celebridades que salen en Muchachada Nui. A ella le debo que estuviese a mi lado gran parte de mi infancia, y creo que tenemos una personalidad similar. Luego sabréis por qué.
Una pequeña historia de parecidos:
Hace tiempo, por estas fechas mi padre le regaló una bicicleta estática para que hiciese ejercicio porque mi abuela decía que estaba muy gorda y quería guardar el tipo para ir a ver a Roma al Papa. Luego el Papa la palmó.
Pobrecico, era un santo -dice mi abuela cada vez que le recuerda.
Ella siguió, con independencia de que el Papa ya no estuviese con nosotros, haciendo ciclismo de andar por casa. Pero lo realmente importante de todo esto es la capacidad que tiene mi abuela para conseguir sus metas. Un día, cuando volvió a casa por navidad le advirtió a mi padre que montase el rodillo de la bicicleta rosa que tenemos. Es una bici de paseo, rosa y muy grande que yo solía utilizar cuando era pequeño porque la heredé de mi hermana. ¿Me imagináis feliz con mi chandal amarillo de snoopy (parecido a los pijamas que venden en el rastro) montado en la bici? Pues así pasé mi infancia. Con unos zapatos snipe negros, el chandal-pijama amarillo y una gran bici rosa de paseo. También solía comerme unos bocatas de salchichón kilométricos que mi abuela me preparaba después de andar en bici (de dar dos vueltas a la calle) Así que cuando digo que mi abuela me recuerda a mi infancia es por algo. Volveremos sobre esto.
Finalmente mi padre montó el rodillo y mi abuela se lanzó a hacerse la maratón. Pero claro, había un problema. La bici estaba en la bodega.
León, invierno y bodega.
Una mezcla brutal porque el que conozca la zona sabe que aquí las temperaturas son excesivamente bajas. Pero el que conozca a mi abuela sabrá también que es una outsider, y aunque no tenga chandal “porque los pantalones son para los hombres y para las mujeres ligeras”, dice. Aunque no tenga nada que le pudiese proteger del frío, utilizó su imaginación. Nos advirtió que haría bici y así fue.
Elipsis.
Si una madre te pide que bajes a la bodega a por ajos para una receta que incluía un sabroso pollo a la cazuela no te niegas. Bajé a por ajos y supe por qué mi abuela es la imagen de mi infancia.
Juro que no sé que pasó por su cabeza. Ni siquiera pude hacer una foto. Recuerdo que se me cayeron los ajos al suelo, mientras allí estaba ella dándolo todo. A la velocidad de Perico Delgado. El sonido del rodillo era como el de la combustión de los viejos trenes, y mi abuela daba pedales con su mandil y su bata. Pero no parecía mi abuela. Era una mezcla entre la madre de mi madre y esos exhibicionistas que se tapan con una gabardina el cuerpo para despelotarse y enseñártelo todo. Porque efectivamente, también llevaba unas gafas de sol que le ocultaban la cara.
Pero por qué te pones las gafas de sol en la bodega?
Para que no me dé un aire, -respondió.
Tenemos a una mujer: 75 años, subida en la bici, sin medias y con una falda estilo monja. Dándolo todo con la bufanda roja y la chaqueta haciendo juego con las gafas de sol.
-Abuela joder, no es por tocarte los huevos pero el aire te dió hace tiempo.
Repetimos: con todo eso y unas gafas de sol wayfarer que no sé de dónde coño se sacó. Las gafas eran descomunales y además nadie las ha vuelto a ver por casa, mi madre dijo que no eran suyas y siguió con el pollo, mi padre se levantó del sofá y cortó el césped por primera vez, y yo me di cuenta que durante estos años había pasado por alto algo muy importante. Ese algo era:
¿Qué mierda es esto?
La preguntaba atravesaba mi cabeza mientras se cruzaba con la imagen de Chema y Espinete subidos en otra bici de doble asiento compitiendo contra mi abuela para ver quien llegaba primero a la meta.
Pensé una explicación:
Es posible que mi abuela quedase traumatizada por verme con el chandal de snoopy amarillo, los snipes y la bici de chica. O que la bici ejerza un poder sobre todo aquel que la utilice, una fuerza que impulse a disfrazarse, vestirse, o travestirse (según como se mire) Porque sinceramente, en ese momento yo no sabía si la persona que estaba allí subida podía sacarse la chorra o darme una ostia.
Estaba seguro que tenía que ser mi abuela; me lo confirmó el reloj que colgaba del techo. Un reloj parecido a los que hay en las viejas estaciones de tren y con los que empiezan todas las películas del oeste. El reloj estaba parado como si mi abuela lo hubiese congelado de darle tanto a los pedales, como Superman cuando giró la tierra para retroceder.
Es tan fácil como que mi abuela pertenece a un tiempo ficticio. Un tiempo que imita la realidad disfrazándola para que acabe siendo otra cosa mucho mejor.
Mejor y más divertida.
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