miércoles, 22 de abril de 2009

NOCTURNA

Estaba sólo.
-Dos días sin pegar ojo son demasiados, mascullé en la oscuridad.
La lluvia agitaba con violencia la ventana de mi cuarto. Pasaban de las dos de la tarde y se entreveían los tímidos rayos de luz que asomaban por la fina línea de la persiana. Estiré mis brazos notando al mismo tiempo cómo el frío de las sábanas se pegaba poco a poco en cada poro de mi piel e iba dejando una amarga sensación que recorría cada punto de mi cuerpo, hilvanando con esmero una capa fina sobre la que se iba sedimentando el recuerdo de las últimas dos noches. Intenté, sin mucho éxito y ayudado por la lengua, arrastrar hasta la garganta la poca saliva que se había acumulado en las paredes interiores de la boca. Me levanté de la cama para enjuagarme con el vaso de agua que tenía en la mesita de al lado y me dispuse a escribir en un viejo cuaderno de notas:
20 de abril de 2008.
Sí.
Juré que no volvería a escribir nada más sobre ella. Sin embargo, me encuentro de nuevo sentado intentando averiguar el pretérito de una vida llena de ausencias porque a penas conozco nada, calibrando las letras para que su nombre suene distinto en cada párrafo que lleva dibujado su retrato. Para que así pueda ser permanente. Como cuando Joyce hablaba de Penélope y de cómo la estrechó entre sus brazos y su corazón parecía desbocado. Yo también he intentado que me dijese a la fuerza Sí. He intentado que sus labios me repitan una y otra vez ese eco monosílabo próximo al éxtasis que debieron de sentir los dos amantes inmortalizados por Magritte. No me he atrevido nunca a pedírselo, por eso vuelvo sobre el papel de manera obsesiva; así en mis relatos evoco su imagen. Sin necesitar su consentimiento. Pero tan siquiera la literatura consigue que de sus labios emerja el estrépito de todas mis fantasías. Por qué es tan difícil condensar mis deseos en una única palabra.
Sí.
Ella suele otorgarme el silencio y noto que los sueños se esfuman de mis manos incapaces de anticipar este goce paródico. Goce que provoca su rostro en mi retina.
Sí…

Sonó el teléfono advirtiéndome que la vida se prolonga más allá de un cuaderno de notas repleto de fantasías incumplidas.
-Sí…? Pregunté al descolgar el auricular.
-Me vas a llevar al aeropuerto? Contestó una voz de mujer.
- ¿Quién eres?
-La chica de tus relatos. Dijo con la risa entrecortada.
Enmudecí un instante y clavé los ojos en la ventana de la habitación intentando traspasarla para salir al exterior donde todavía llovía con fuerza. El viento golpeaba la persiana deformándola como para estallar en mil pedazos.
-Lástima que sólo aparezcas cuando estoy mal. Repliqué con ansiedad.
Noté que mis palabras se iban quebrantando hasta perderse por completo. Se las había llevado el miedo antes de que hubiese podido oírlas. Colgué el teléfono y sentado en la cama medité unos segundos. Descolocado, contemplé el cuaderno de notas que seguía esperando a mi lado. El bolígrafo se había caído en el suelo y señalaba hacia el enorme ventanal del fondo.
Al subir la persiana observé con perplejidad que la calle estaba inundada de agua. Los cubos de basura seguían el curso de la corriente que descendía por la enorme cuesta donde muere la avenida.
Debajo del edificio que hace esquina seguía en pie una pequeña cabina de teléfono. El gris oscuro del cielo hacía contraste con el azul metalizado. Dentro, la silueta de un cuerpo me avisaba de que alguien estaba esperando.
El teléfono volvió a sonar provocándome una desagradable vibración.
-¿Quién eres? Advertí, intuyendo la identidad de la desconocida.
-Sube a la azotea.
Cortó con rapidez la conversación sin que pudiese escuchar las últimas sílabas. Casi no me había dado tiempo a colgar el teléfono cuando notaba todavía que sus intenciones palpitaban en mi oído y en mis manos que porosas por el sudor, resbalaban al intentar secarlas en la camiseta. Por cada una de sus palabras había dejado una pausa lo suficientemente larga como para notar su presencia en las partículas de aire.

Estoy seguro que en la azotea llovía para que su silueta estuviese desdibujada. Para que no fuese lo suficientemente nítida y tuviese que seguir escribiéndola en mis relatos. Para que siguiese buscándola en una cabina, o en una llamada de teléfono. Era la chica de mis relatos y estaba parada de espaldas a mí. Todo se había tornado de un color irreal. El mundo había perdido contraste: la chica del teléfono lo había robado para si misma. Al observar a los pájaros sobrevolar el cielo despejado y tras mirar una bandada que se movía en direcciones contrapuestas fijé la atención y desaparecí en la línea del horizonte.
Terminé sólo en medio de la oscuridad, con el sonido del viento golpeando contra la ventana un 20 de abril, mientras la lluvia fuera, gritaba su nombre. Y yo lloraba recordando que una vez ella me había dicho Sí.

sábado, 18 de abril de 2009

Deseo de abril

Una mañana de abril, algún tiempo después de que ella desapareciese, mi deseo se cumplió.

Llevaba más de tres días bailando en mitad de la nada. Necesitaba borrarlo todo. Intentaba pedirle perdón pero no sabía cómo. Podía ver mi rostro reflejado en los cristales de las gafas de sol de las miles de personas que se paseaban delante de mí, me dejaba arrastrar con la música hasta que conseguía escaparme por algún punto de fuga. Ocurre que la memoria siempre va y vuelve en la misma dirección. Y al igual que todas esas melodías y cajas de ritmo se repetían una y otra vez, su imagen se me aparecía en medio del silencio que mi cuerpo provocaba para evadirse del ruido. Como un fundido a negro, de vez en cuando el mundo se evaporaba y en ese instante que dura el parpadeo y bailas hasta entrar en trance para meterte en una de las múltiples cajas de ritmos repetitivas y aceleradas; en una de ellas, fue naciendo levemente su cuerpo.
Primero surgieron las manos, finas como las partículas de aire que se forman en un día lluvioso. Un olor muy dulce y característico me trajo su torso que estaba de espaldas, pero un parpadeo es todavía más pequeño que un instante y por eso no llegaba a palparla con mis manos antes de que se desvaneciese del todo. Era un espejismo que apareció amaneciendo; en el intersticio que la luna produjo en el cielo para que el sol asomase sus rayos. En ese intervalo el cielo se cubrió de un manto más rojo que el deseo. Fue en ese rojo cuando pude notar como su aliento se fundía con el mío.
Luego nos evaporamos y la mañana trajo el calor que provocan los recuerdos; me fue subiendo desde los pies hasta la garganta, impidiéndome respirar bien. Los sonidos que eran muy agudos, me provocaron taquicardias y se iban distorsionando conforme avanzaba el día hasta que dejé de oír por completo.


Perdí el equilibrio viéndome reflejado en los múltiples cristales de las gafas de sol que había en el lugar y cerré los ojos sonriendo mientras me invadía la felicidad pensando que poco a poco, había conseguido por fin fundirme con ella en un mismo deseo.



sábado, 11 de abril de 2009

"No hay gran vía sin Eva"

(GARCÍA-ALIX, 1988)
Son las seis y media de la mañana, un conductor da un frenazo en seco y estaciona su coche en la acera, tira algo por la ventanilla y se va por dónde ha vendido. Una prostituta practica una felación fugaz; el repartidor del “Carrefour” lleva prisa y pita al coche que cruza en rojo el paso de cebra justo en medio de la Gran Vía. Decenas de personas confían en que pare sin éxito, el taxi que anuncia a lo lejos: Ocupado.
Atravieso la calle Montera muy deprisa. Llego tarde al trabajo.
Delante de la comisaría veo agolpada en la puerta una cola ininterminable que se mezcla con los indigentes que desde su cartón a modo de cama improvisada despiertan diciendo ¡Buenos días Madrid! También hay prostitutas y camellos ofreciendo sus servicios. Son casi las siete y diez cuando mis converse resbalan unos metros porque la superficie que piso está demasiado mojada como para mantener el equilibrio. Me caigo al lado de una de las camas de los que están haciendo cola. Una chica de ojos claros situada a mi derecha me enseña su sonrisa; y mientras, el indigente que tengo a la izquierda levanta la cabeza para ver lo que ha pasado, luego se tapa con una manta y me imagino que hará a su manera lo que acabamos haciendo todos en esta ciudad.
Son las siete y media, ahora sí que llego tarde.
Me levanto del suelo, conecto mi IPOD y corro calle abajo al ritmo de una vieja canción que me recuerda que hay sitios mejores pero ninguno tan especial como Madrid.

jueves, 9 de abril de 2009

Amor fácil

Me he despertado intentado recordar y al mirarme en el espejo me he topado con el reflejo de otra persona. Era la cara de alguien que no tiene alma.
Hace tiempo decidí condenarme a estar sin ti una eternidad. Decidí buscarte en todos los rostros que robo cada noche. Y no pasa el día en el que el sol se oculte y luego vea tu sonrisa dibujada en el cielo de la noche oscura. Creo que no existen las noches en las que no grite tu nombre cada vez que decido llevarme conmigo a alguien.
He luchado por borrarte de mi memoria. Pero hoy, tras mirarme en el espejo, me ha parecido que volvías para que pudiese llevarme por última vez tu recuerdo.

miércoles, 8 de abril de 2009

Las malas compañías

Quería subirse al taxi para hablar de retórica. Acepté con cierta reticencia aunque de todas formas a las cinco de la mañana la retórica me daba igual. Lo dijo mirándome con su tez amarilla, como si el mismísimo Warhol hubiese miccionado en su rostro. Luego el taxista nos preguntó dónde queríamos ir y él respondió con un “ya nadie sabe lo que quiere”. “No me extraña, son las malas compañías” -repetí en voz baja. Me insultó, dijo que era gilipollas y que de voz baja nada, que se lo había gritado al taxista en la oreja. Al bajarse del coche volvió a echármelo en cara mientras dejaba caer un hilillo de baba sobre sus zapatos, en cuyo empeine terminó por formarse un pequeño Duratón (que es un río pequeño pero todo un campeón)
Esa noche juré ver a un hombre perderse en medio de la niebla fina; dejó caer su cuerpo en la calzada. Pero antes, sus pantalones habían descendido poco a poco mientras resbalaba en medio de la calle hasta que al final desistió semi inconsciente. Nadie sabe si durmió placidamente, quién sabe cuántas cosas juró y perjuró tras vernos alejarnos en el taxi. “Socorro” es hoy una palabra sin significantes.
Pienso a menudo en aquel acto de humanidad, en la fragilidad del hombre y en la prosa que mi amigo nos regaló al taxista y a mí. Cada vez que veo a un hombre en similares condiciones recuerdo aquello. Recuerdo a la manera Proust en “Du côté de chez Swann” tras beber té y evocar su infancia en Combray.
Y es que, “ya nadie sabe lo que quiere,” y menos a estas alturas.

sábado, 4 de abril de 2009

Pure person

Es increible la fuerza de este plano. Cada vez que lo vuelvo a ver me provoca una sensación de añoranza tremenda. No es cierto eso de que el cine sea como la vida. Las películas son mucho mejores.