
Una mañana de abril, algún tiempo después de que ella desapareciese, mi deseo se cumplió.
Llevaba más de tres días bailando en mitad de la nada. Necesitaba borrarlo todo. Intentaba pedirle perdón pero no sabía cómo. Podía ver mi rostro reflejado en los cristales de las gafas de sol de las miles de personas que se paseaban delante de mí, me dejaba arrastrar con la música hasta que conseguía escaparme por algún punto de fuga. Ocurre que la memoria siempre va y vuelve en la misma dirección. Y al igual que todas esas melodías y cajas de ritmo se repetían una y otra vez, su imagen se me aparecía en medio del silencio que mi cuerpo provocaba para evadirse del ruido. Como un fundido a negro, de vez en cuando el mundo se evaporaba y en ese instante que dura el parpadeo y bailas hasta entrar en trance para meterte en una de las múltiples cajas de ritmos repetitivas y aceleradas; en una de ellas, fue naciendo levemente su cuerpo.
Primero surgieron las manos, finas como las partículas de aire que se forman en un día lluvioso. Un olor muy dulce y característico me trajo su torso que estaba de espaldas, pero un parpadeo es todavía más pequeño que un instante y por eso no llegaba a palparla con mis manos antes de que se desvaneciese del todo. Era un espejismo que apareció amaneciendo; en el intersticio que la luna produjo en el cielo para que el sol asomase sus rayos. En ese intervalo el cielo se cubrió de un manto más rojo que el deseo. Fue en ese rojo cuando pude notar como su aliento se fundía con el mío.
Luego nos evaporamos y la mañana trajo el calor que provocan los recuerdos; me fue subiendo desde los pies hasta la garganta, impidiéndome respirar bien. Los sonidos que eran muy agudos, me provocaron taquicardias y se iban distorsionando conforme avanzaba el día hasta que dejé de oír por completo.
Perdí el equilibrio viéndome reflejado en los múltiples cristales de las gafas de sol que había en el lugar y cerré los ojos sonriendo mientras me invadía la felicidad pensando que poco a poco, había conseguido por fin fundirme con ella en un mismo deseo.
Llevaba más de tres días bailando en mitad de la nada. Necesitaba borrarlo todo. Intentaba pedirle perdón pero no sabía cómo. Podía ver mi rostro reflejado en los cristales de las gafas de sol de las miles de personas que se paseaban delante de mí, me dejaba arrastrar con la música hasta que conseguía escaparme por algún punto de fuga. Ocurre que la memoria siempre va y vuelve en la misma dirección. Y al igual que todas esas melodías y cajas de ritmo se repetían una y otra vez, su imagen se me aparecía en medio del silencio que mi cuerpo provocaba para evadirse del ruido. Como un fundido a negro, de vez en cuando el mundo se evaporaba y en ese instante que dura el parpadeo y bailas hasta entrar en trance para meterte en una de las múltiples cajas de ritmos repetitivas y aceleradas; en una de ellas, fue naciendo levemente su cuerpo.
Primero surgieron las manos, finas como las partículas de aire que se forman en un día lluvioso. Un olor muy dulce y característico me trajo su torso que estaba de espaldas, pero un parpadeo es todavía más pequeño que un instante y por eso no llegaba a palparla con mis manos antes de que se desvaneciese del todo. Era un espejismo que apareció amaneciendo; en el intersticio que la luna produjo en el cielo para que el sol asomase sus rayos. En ese intervalo el cielo se cubrió de un manto más rojo que el deseo. Fue en ese rojo cuando pude notar como su aliento se fundía con el mío.
Luego nos evaporamos y la mañana trajo el calor que provocan los recuerdos; me fue subiendo desde los pies hasta la garganta, impidiéndome respirar bien. Los sonidos que eran muy agudos, me provocaron taquicardias y se iban distorsionando conforme avanzaba el día hasta que dejé de oír por completo.
Perdí el equilibrio viéndome reflejado en los múltiples cristales de las gafas de sol que había en el lugar y cerré los ojos sonriendo mientras me invadía la felicidad pensando que poco a poco, había conseguido por fin fundirme con ella en un mismo deseo.
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