domingo, 15 de septiembre de 2013

El tiempo pasa doloroso y lento.

Madrid estos días suena igual que la canción de Nacho Vegas.






domingo, 8 de septiembre de 2013

Un amor tan claro

Brindo este amor, un amor tan raro
Brindo este amor, un amor tan claro
Brindo este amor, un amor tan derepente
Brindo este amor, un amor tan diferente

Como la osita en un mar, un elemento nuevo pa jugar

Brindo este amor, que me llena de esperanza
Y Brindo a esa luz alla en la distancia

Venga colibri despierta a la Diosa
Que canta a ti y a mi su cancion preciosa

Brindo todo lo que quiero dar
A todo que esta a punto de empezar

Brindo este amor, que nunca se demora
Solo el hospital esta abierto a esta hora

No pienso en ti, solo te siento pasando por mi 
Como el dulce viento

No pienso en ti, solo te siento pasando por mi 
Como el dulce viento.




viernes, 6 de septiembre de 2013

Seis años antes

"El deseo nos fuerza a amar lo que nos hará sufrir" (Marcel Proust)

Seis años en Madrid.


martes, 3 de septiembre de 2013

La mujer desaparecida, el diablo y la muerte

 Este texto se escribe por acumulación. Una sucesión de imágenes se han ido fragmentando con el tiempo hasta descomponerse. Puede que hayan perdido su valor inicial, o que por el contrario, sea el propio devenir de los años; y los cambios que éste introduce por azar en nuestras vidas; el que las haya desordenado resituándolas a su antojo. Puede que aquellas imágenes, incluso, adopten diferentes connotaciones.

Quizás, esta sensación de tristeza que me atraviesa en estos días de final del verano se vea alimentada en gran medida por la relectura de algunos pasajes de la obra de Proust. 
Una de las tesis que extraigo de sus novelas es la de la mujer como eterna fugitiva. La mujer que cansada de su alrededor decide desaparecer para comenzar de nuevo.

Mentiría si no dijese que la palabra desaparición ha provocado en mí una extraña atracción que ha ido creciendo en el curso del tiempo. 

Recuerdo que de niño, en la misma época en la que insultaba a Dios en sueños, mis padres se referían a los muertos como “desaparecidos”. Y pienso, volviendo a Proust, que la fugitiva que describe toma la forma de una mujer fantasma, consciente a su vez de que ésta no va a volver jamás aunque se muestre reacio a aceptarlo.
La hipótesis sobre su muerte cobra sentido si vinculamos esta idea con la desaparición de una persona; posibilidad que el propio Proust llega a plantearse en algún pasaje de “La fugitiva” ante la huida de Albertine.

He de decir que la muerte (o la desaparición) ha marcado mi vida desde una edad temprana. Así fue como a los seis años comencé a obsesionarme con los familiares y amigos que dejaban de frecuentar a mis padres. Aquello me perturbaba y solía preguntarles con cierto temor.
En la mayoría de los casos, lamentablemente,  mis expectativas se veían cumplidas con la cerelidad en la que mis padres intentaban suavizar mi miedo:  

- Ha desaparecido. 

Años más tarde intenté convivir con  la muerte hasta que la respuesta se vio alterada modificando mi relación con la propia hipótesis que yo mismo me había formado.

En mi casa ya no eludían la tristeza:  

- Ha muerto. 

Comencé a darme cuenta de que aquellas personas no sólo habían desaparecido, y por lo tanto,  la posibilidad de que volviese a verles sería remota.
Me pregunto si no comencé a insultar a Dios la primera vez que se me pasó por la cabeza que, efectivamente, alguien podía llegar a desaparecer de mi vida (por completo)

De aquella época recuerdo una casa antigua, un pasillo largo y estrecho, y una habitación. De la pared en la que se apoyaba el cabecero de la cama colgaba un Cristo crucificado. El día  que mi abuelo desapareció de aquella estancia fue quizás el día que más insulté a Dios. 
Insultaba a Cristo continuamente, para luego, esconder el crucifijo que presidía el cuarto de mi abuelo.
Una noche me levanté de la cama llorando y se lo conté a mi madre pensando en que si no lo confesaba podría ir derecho al infierno.

Pero aquellos sueños no han vuelto a manifestarse hasta hace tres semanas. 

Me encontraba de vacaciones en la playa y sentía que algo perturbaba mi tranquilidad hasta que, curiosamente, una noche el diablo se coló en uno.   

En mi sueño el demonio me persigue por una ciudad desierta, puede que Madrid, aunque no logro identificarla con claridad. Intento darle esquinazo con la esperanza de poder enfrentarme a él más adelante cuando mis energías estén recuperadas. El final del sueño termina con una conversación amistosa entre los dos mientras nos tomamos una copa en lo alto de un gran estercolero. 
Puedo sentir la muerte entre los escombros de una montaña formada por cadáveres apilados y basura putrefacta. Y a pesar de la larga charla que mantengo con el diablo, no soy capaz de recordar ni una sola línea de aquel diálogo.

En cambio, sí soy capaz de recordar mi propio rostro, burlándome de él y reconociéndome en aquel niño que una noche, llorando, insultaba a Dios con todas sus fuerzas.