Su nombre está escrito en el tiempo
Mi imagen se desvanece, a contrarreloj; yo me vuelvo a mover para que mi sombra aparezca, como cuando era niño e intentaba pisarla con mis pies…
El polen vuela por el jardín, y el olor de los árboles me envuelve de nuevo hasta que me dejo caer entumecido en mi propio tiempo. En cualquier otro lugar, alejado.
En un tiempo sin memoria deposito mis pensamientos hasta hacerlos desparecer con las ondulaciones que se forman en el agua, hundiéndolos en lo más profundo de la piscina.
Ana huele como los árboles, como cuando coges una flor y te la llevas a la boca.
Miro el agua y dejo que sus piernas suspendidas en una milésima parte de segundo; suspendidas en lo que dura un parpadeo; se alejen hasta tocar la otra pared, para sentir del todo que un abismo nos separa de estar juntos.
Ana, no sé quien soy.
-Ya está otra vez, Te he dicho que no le dejéis que se queda ahí, no ves que se puede caer.
Ana huele como las flores.
-Estoy pendiente, no te preocupes.
Mueve su cabeza, mirando al cielo, que cubierto de nubes me anuncia una vez más que no volveré a sentir su olor como aquella noche.
-Papá, ¿estás bien?
Huele como las flores. Mi corazón late como los relojes de pulsera de los soldados que han perdido la guerra.
-Cada día está peor. Anda, vamos dentro.
Ana, no te vayas.
Su mano fría me coge, el olor se desvanece. Hubo un tiempo en el que no escuchaba el tic -tac. Pero luego ese sonido puede hacer desfilar el largo recorrido del tiempo que no se ha oído, que ha prevalecido en la memoria sin memoria. En un tiempo utópico yo soñé que bailaba con ella en algún lugar dentro de una piscina, y que alguna de esas partículas de aire que bajan desde el cielo hasta posarse en el suelo, entre la hierba seca, me traían algo más que su olor, y que una milésima parte de un segundo es el tiempo que determina un abismo.
Ana no te vayas.
-No me iré papá, yo siempre cuidaré de ti.
Treinta y uno de diciembre de
mil novecientos
noventa y nueve
…dedicado a “H” por conducir como un auténtico Tenenbaum.
La nochevieja de 1999 mientras León adolecía de insomnio yo intentaba no cerrar mis párpados al volante de mi viejo chrysler vision. Había concertado un par de bolos en una vieja discoteca del norte varios meses atrás para pinchar una sesión maratoniana que culminaría en un after a las afueras de la ciudad. La fiesta se iba a prolongar hasta el domingo bien entrada la tarde…Que mejor manera de despedir el año rodeado de una multitud de jóvenes enfurecidos y sedientos de música electrónica.
Cargué mi vieja maleta con un repertorio de artillería pesada, la variedad iba desde el techno Detroit hasta los sonidos más industriales de Birmingham…Pasada la media noche me puse al volante rumbo a Asturias, poco después de despedir el año con mis familiares.
Fue al llevar algunos kilómetros encima y al encontrarme en medio de la nada, en la oscuridad mas profunda y sólo interrumpida por los faros de mi viejo chrysler vision; cuando sentí que el silencio a veces nace de la tristeza y que a la tristeza se le puede poner el título de una canción.
Sonaba The Clash, y recordé que a en mis treinta años de vida había desperdiciado mucho y tomado demasiadas decisiones definitivas. Como la de subirme a un escenario para hacer bailar a una multitud enfurecida. Estaba seguro de haber vivido demasiado poco y muy intenso.
Por aquella época yo no paraba de recibir ofertas de los grupos de ocio más importantes a escala nacional. Un sábado por la noche llegaba a pinchar en Madrid y en Oviedo; en Barcelona y Santander. Me movía en mi propio coche, y en ocasiones viajaba a gastos pagados en aviones particulares y limusinas.
Pero la nochevieja del treinta y uno de enero de mil novecientos noventa y nueve decidí viajar por mi cuenta. No sabía muy bien por qué; quizá es debido a que me gusta sentir que todavía puedo ser lo suficientemente libre como para decidir estar sólo.
Me agradaba poder ver la carretera desnuda de tráfico; me hacía estar en una especie de limbo, en medio de un túnel del tiempo entre la nada y la materia que se forma de la nada. La oscuridad más absoluta donde sonaban The Clash y un viejo disco de Joy Division.
Pensaba que había vivido muy rápido y mal.
Que la vida está llena de elecciones más o menos importantes, y la suma de todas ellas nos define como seres humanos. -Un hombre es el resultado de sus actos, decía con frecuencia mi abuelo.
Recapacité durante un instante en las palabras de mi abuelo; antes de que volviese a sentir en mi mano que se aferraba con fuerza al volante sus dedos ancianos y llenos de vida.
Su aliento se apagaba en la oscuridad de la noche iluminada por los faros de los coches. Volé por encima del cielo, hasta donde cubren las nubes y toqué sus dedos como si fuese un personaje más de una pintura del Bosco.
En medio de la nada el silencio y sus palabras me llenaron de amargura.
Así, mientras León tenía insomnio y Asturias bailaba al ritmo imparable de Detroit, yo conseguí dormir profundamente.
Curado al menos de esa sensación de estar viviendo continuamente en el cielo que hay debajo del suelo.