viernes, 5 de diciembre de 2008

LEÓN- MADRID/MADRID-LEÓN

Hay personas que durante toda su vida pasan de un tren a otro sin apearse en una estación fija. La vida es la que decide su rumbo, en lugar de ser ellos lo que toman el control. Una opción es dejarnos llevar una vez escojamos la dirección sin pensar lo que deparará el trayecto.

Estoy convencido que la vida no es más que un viaje en el que debemos elegir el tren adecuado. Unas veces nos equivocamos y vamos a parar al sitio menos oportuno, otras nos bajamos antes de tiempo; o simplemente habrá ocasiones en las que no nos atrevamos a cogerlo por miedo a terminar tan lejos que seamos incapaces de volver.

Pero al final del trayecto pasan muchas cosas.

En el instante de llegada te atrapa la nostalgia por todo lo que hemos dejado durante el viaje. La mejor de las nostalgias, la auténtica, es aquella en la que añoramos nuestros sueños. Por eso hay gente que cuando llega a la estación de destino, tiene tanto miedo que sin pensarlo realiza de nuevo el mismo viaje a la inversa. Entonces, todo se tuerce porque lo vivimos al revés y comparamos demasiado: el primer beso con el último; la gente con la que coincidimos durante ese trayecto y la gente que conocemos realizando el trayecto a la inversa…
No creo que sea bueno tomar el miso tren para la idea y para la vuelta. Si lo hacemos puede ocurrir que nos reencontremos con viejas caras a las que desgraciadamente ya no podamos mirar de la misma forma. Precisamente en eso consiste la magia de coger un tren. Cuando decides bajarte puedes tener la suerte de conocer a gente que en otras circunstancias no sería tan decisiva en tu vida.
A lo mejor al coger ese tren, llegamos a un destino e intuimos que no es un buen momento porque las cosas han cambiado tanto que ya no hay nada por lo que volver. Y volver duele tanto que preferimos no viajar nunca más.

Siempre hay algo que nos hará volver, aunque sólo queden recuerdos.

El recuerdo está repleto de seres humanos y sin ellos no sería lo mismo escuchar el disco que la chica de la que te habías enamorado ponía justo cuando subías las escaleras de su piso para ir a buscarla. O de una charla en un café una de esas tardes inagotables en los veranos de instituto. O cuando viste amanecer y pensaste mientras dabas una calada cinematográfica a tu cigarrillo lo que querías ser en la vida.

Si no cogemos el tren no buscamos. Y si no buscamos nunca llegaremos a saber cual es nuestra estación de destino.

Hoy he decido montar en un tren y he vuelto a sentir que el tiempo se desplazaba a mi al rededor y que las cosas se ven rápidas o simplemente no se ven porque no nos paramos en los detalles que hacen el día a día.

Y viajando he sentido un profundo alivio al comprender la suerte de elegir mi propio viaje.

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