
*Fragmento con el que comienza la novela que estoy escribiendo
Sobre el suelo húmedo por el rocío de la mañana, Agustín levantó con rabia todo el polvo que pudo aparcando su viejo coche justo en el camino que comunica el cementerio con la ladera. Miró los alrededores con nostalgia y recordó al toparse con la valla que anuncia todavía una película que sigue amando mucho la imagen de su madurez. La película es “El sur”; y en los últimos años la había visto tantas veces que parecía no poder regresar al Norte. Volvía a trasladarle con ese cartel anunciatorio del final entre un camino trazado por un padre y su hijo, a la imagen de una colina que sólo existía ya en su recuerdo, a la imagen de un pueblo perdido en la comarca leonesa; en donde fue la última vez que se pidieron perdón.
La tarde en la que Agustín juró no volver a pisar su casa, el padre se quedó parado en la puerta, apoyado sobre una vieja tabla de madera que hacía las veces de mesa; escupiendo el tabaco pegado al paladar, seco por las lágrimas que de los ojos resbalaban hasta las comisura de sus labios; jurando también que perdería por ese mismo camino de la ladera a su hijo: - No volveré a escuchar su voz ni de lejos.
Sobre el suelo húmedo por el rocío de la mañana, Agustín levantó con rabia todo el polvo que pudo aparcando su viejo coche justo en el camino que comunica el cementerio con la ladera. Miró los alrededores con nostalgia y recordó al toparse con la valla que anuncia todavía una película que sigue amando mucho la imagen de su madurez. La película es “El sur”; y en los últimos años la había visto tantas veces que parecía no poder regresar al Norte. Volvía a trasladarle con ese cartel anunciatorio del final entre un camino trazado por un padre y su hijo, a la imagen de una colina que sólo existía ya en su recuerdo, a la imagen de un pueblo perdido en la comarca leonesa; en donde fue la última vez que se pidieron perdón.
La tarde en la que Agustín juró no volver a pisar su casa, el padre se quedó parado en la puerta, apoyado sobre una vieja tabla de madera que hacía las veces de mesa; escupiendo el tabaco pegado al paladar, seco por las lágrimas que de los ojos resbalaban hasta las comisura de sus labios; jurando también que perdería por ese mismo camino de la ladera a su hijo: - No volveré a escuchar su voz ni de lejos.
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