
Me he levantado de la cama con la misma sensación de siempre. Ha vuelto a pasarme algo parecido a la última vez: Estoy con ella en ese sueño tan dulce. Los dos juntos, el uno encima del otro, con nuestros ojos sostenidos. Sin miedo a no hablar, en silencio.
Tiene la boca perfecta para mis labios, por eso jugamos durante un rato largo a quedarnos quietos mientras siento como su cuerpo se aplasta contra mi vientre. En el sueño nos miramos muy quietos porque a los dos nos encanta mirar. Entonces yo he estropeado todo: La he dicho que estoy trabajando en algo que me preocupa mucho. Y al recostarme para coger unos folios con algunos diálogos escritos a bolígrafo, verbalizo con miedo todo lo que llevo dentro –Es un boceto de una historia que se escapa fuera y dentro de mis sueños, subrayo temblando. Mira las hojas analizando mi inquietud, intenta penetrar en mí. Sabe que necesito escucharla, que es parte fundamental de esa historia.
Pero en seguida cambia su expresión mientras lo lee con un tono falso y exagerado, como burlándose. Reprochando el hecho de que carezca de la suficiente capacidad para crear, recrimina el alarde que hago de un talento que no tengo. -No pienses que tus relatos son distintos a tu vida. Mientes igual de mal sobre el papel, dice enfadada.
Me he levantado de la cama sintiendo lo mismo al verme reflejado en el espejo del baño. En mi cabeza estaba su voz, y yo arrastraba con el agua de la ducha el sudor que ella ha dejado. Hoy he luchado por separar todas las fantasías que tengo: las malas y las buenas. No merece la pena porque su imagen seguía bailando al recordar otro cuento que tampoco conseguí terminar y en el que decía mientras nos abrazábamos: - Estamos hechos para soñar. No dejes de hacerlo nunca.